martes, 17 de marzo de 2015

SE LLAMA TOMELLOSO

El lugar se llama Tomelloso
y pastorea a los trenes en la anchura
o en la noche lejana de los fuegos,
donde retorna la historia abreviada de los mundos.
Se paró el tiempo en un racimo,
se detuvo el brujo del diluvio a ver pasar los trenes
y del más allá absoluto
el insólito viento extrajo a Torres Grueso,
bodeguero mayor de los secanos,
soñador de los mares invisibles,
navegador en vano
por el cielo de la costa y de las uvas.

¿Dónde posó el vaso
el hermano Eladio?
¿A qué cepa cantó el apólogo fantástico?
¿Con qué tinto pintó
Antonio Torres los vencejos soñados?
El sol y los melones
hacen crujir al viento en los molinos
y los acentos
del aire forman ecos
en el frescor de la geografía.
Tomelloso se abre en la llanura,
es infinita la agonía
del hombre solitario,
de la vendimia escrita en el insólito cuenco,
rigurosamente en la palma de la mano.

El lugar, el extraño lugar, se llama Tomelloso,
la ley del fuego y del otoño impera.
Es cita oculta de la civilización del trago,
del reino de los ángeles,
de mapas y universos
donde los profetas abrieron las puertas de los cielos.
El lugar es infinito: se llama Tomelloso
es decir, cita eterna o teoría del mundo,
la nueva intuición, la ficción verdadera
de la precognición y el sueño.
Se llama Tomelloso.


Raúl Torres

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