viernes, 30 de diciembre de 2016

TALITHA QUM

Es hermosa la noche,
es hermoso el desierto.
Como si fuese un mar
de arenas perezosas,
labra el viento su infértil oleaje,
deletrea la nieve mis dientes,
cubre mi calavera
de polvo y de piedad.

Desentierren los ramos de mis uñas
que no han dejado de crecer,
sus caricias de calcio,
las sílabas de sombra y de telarañas
que trepan por mi boca,
la luz embalsamada de mis ojos,
el martillo recóndito del pulso;
llamen a aquel de las palabras dulces,
al pescador de los amaneceres,
que mi madre lo busque,
que pronuncie mi nombre como lo hizo
en la casa de Jairo
y que con esas dos mismas palabras
me arranque de esta fosa
en la que duermo un sueño sin semillas.

Devuélvanme a mi madre,
que me estará buscando todavía.
No puedo andar, recojan mi esqueleto
en cualquier saco y dénselo nomás,
que vista esa osamenta
el traje de su amor y de sus besos.
Díganle, por favor, que ya no lloro,
que no me duele ya, que tengo frío,
que la noche era hermosa y que el desierto
se parecía como nunca al mar.

Manuel Moreno Díaz